jueves, 6 de octubre de 2016

Cómo herir.

Jamás había hablado de ello, nunca a nadie le dije nada, sin embargo es en lo que pienso inconscientemente cada minuto que pasa.
No hay segundo, día o noche que no piense en hacer daño a alguien.
Se puede interpretar como tengo alguna clase de trastorno, pero no, mi única enfermedad es; que soy humana.
Aunque no lo creas, no pasa ni un solo día sin que te rías, insultes, arruines un hermoso día a alguien. Y no me refiero a que lo hagas queriendo, simplemente lo hagas por que sí, por que es el día, es el momento ideal para insultar a alguien. También nos hacemos daño a nosotros mismos: por no aceptarnos como somos, por no conocernos lo suficiente, por no saber expresarnos, nos creamos un problema de donde no lo hay, bien sea con motivo o sin él. Cada día, nos quejamos de algo, comienza en una pequeña queja fortuita, luego lo vas diciendo más y más, hasta que finalmente te lo crees y se convierte en un problema para ti.
Tan difícil es pensar positivamente, buscar las cosas buenas de las cosas, no claro que no, en el momento, por supuesto que es más fácil quejarse, pero a la larga ya veras como no.
Aunque creas que quejándose te sientes mejor, es mentira, te envenenas lentamente.
Es tan sencillo, decirle a alguien algo agradable, con una pequeña palabra, puedes hacer grandes cosas. Está en tu mano cada día, la magia existe.
No todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú, recordarlo siempre.
La soledad, el miedo son nuestros verdaderos enemigos, cada persona merece una nueva oportunidad, una oportunidad para cambiar a mejor. Tenemos todos nosotros a ser felices, debemos aprender a valorar todo lo que tenemos, a disfrutar de lo bueno que puedas poseer.
No existen verdades absolutas, pues siempre hay alguna excepción, pero la vida puede llegar a ser justa a su manera, al final, todos acabamos recibiendo lo que hemos cosechado.
Las oportunidades hay que cogerlas con todo el entusiasmo y fuerza que tengamos, para luego aprovecharlas como debe ser.
Solamente nosotros podemos ser felices con una cosa: con nosotros.

Julie Gr.

sábado, 1 de octubre de 2016

El invierno en Mongolia.




¡Buenos días! Perdonadme por no subir ningún artículo estas dos semanas, porque ya sabéis que empezó el curso, y hasta que logras situarte, cuesta bastante y bastante.
Tengo tantísimas cosas que contar, que intentaré subirlas todas y cada una de ellas.
Hoy os traigo un tema bastante especial, me imagino que ya sabréis que yo escribo sobre cosas para aprender yo mismas, es decir, yo no soy una experta sobre nada. Utilizo esto como una motivación para informarme respecto a algunos temas como este, que no suelen aparecer a menudo.
Hay lugares, como Mongolia, que solo se parecen a sí mismos. Este enigmático vacío en el mapa de Asia Central es, además, una de esas raras esquinas en las que la globalización, lejos de unificar, ha cobrado vida propia. Ello se palpa tanto en la surrealista convivencia de rascacielos y yurtas de Ulan Bator como en las estepas por las que a caballo o en moto pastorean los nómadas del valle de Orkhon, Patrimonio de la Humanidad y conmovedor escenario natural por el que Gengis Khan alzó la capital de uno de los imperios más legendarios de la historia.

Sus nómadas hoy gastan móvil, parabólica y tienen un gobierno que reparte forraje para el ganado cuando amenaza un invierno particularmente frío. Sin embargo, si conservar este estilo de vida en cualquier esquina del planeta es cada vez másrara avis, hacerlo por estos duros pagos se diría de una tenacidad rayana en lo temerario. No reculan ante el clima, que se desploma sin contemplaciones de los 40 grados del verano a los 40 bajo cero de los meses más gélidos, ni rechistan al tener que desmontar y volver a armar sus yurtas hasta cuatro veces al año en busca de pastos para sus rebaños (yurta es una palabra turca que designa la tienda de campaña circular que en Mongolia se conoce como ger). Es más, tras la desmembración de la Unión Soviética, muchos de los mongoles que habían sido obligados a llevar una vida sedentaria volvieron a las estepas libres.

Por desgracia, su modo de vida está desapareciendo ya que tanto su población y el tamaño de los rebaños de renos disminuyen. Se estima que sólo quedan alrededor de 44 familias Dukha, entre 200 y 400 personas. En la década de 1970, se estima que había una población de unos 2.000 renos pero ese número se ha reducido desde entonces a unos 600. Hoy en día, su principal fuente de ingreso es la de los turistas que vienen a comprar sus artesanías y montar sus renos.

Es alucinante pensar, que estas personas están viviendo en estas condiciones tan sorprendentemente diferentes a las nuestras en el mismo tiempo.

Un lugar, donde la gente todavía vive y caza en un bosque dominado por los seres sobrenaturales. Para vivir en armonía con ellos, la gente tenía que aprender a respetar la naturaleza y los animales.

Cada vez que investigo sobre sitios como estos, me doy cuenta de que el ser humano puede llegar a ser feliz con suficiente.

                                                                                                                                      Julie Gr.