Me escondo bajo falsas aventuras de odio, amor, guerra, libertad que se hallan en los libros. Fallido intento en olvidar la pesadez y desesperanza que día a día me destruyen por dentro.
Jamás había vivido en mí tal sensación de pasividad, frustración y
desmotivación provocada por la gran incertidumbre de estos días. Creo estar
haciendo lo mejor por la sociedad agarrándome a los quehaceres imprescindibles
de la vaga y constante rutina.
Consecuencia de ella es esta derrota, no queda una ínfima o volátil gota de
vida en mí. Me siento completamente rota, aplastada por una losa enorme.
Ya ni si quiera en mis sueños escapo de esta sensación. Vivo en ellos enclaustrada, presa, sin aire. Allí, desde la soledad de mi cárcel, veo el cielo, sin embargo, no encuentro valía suficiente como para acercarme, creo no ser digna de un baño de luz, luz que irradie y sane mi piel seca, sedienta de todos aquellos sentimientos que algún día reuní.
Ahora ni el frío del cierzo eriza mi alma, nada me hace sentir, no tengo nada
que perder.
Así es pues como me convertí en un débil fantasma que pasea por las calles,
portando su tenue halo de tristeza y somnolencia. Miro los pajarillos que se
esconden entre los árboles, otro vano intento por tratar de imaginar qué es lo
que se sentirá al ser libre.