INTRODUCCIÓN.
Uno escribe
para encontrarse haciendo terapia consigo mismo o simplemente porque es su
pasión, no sé en qué categoría estoy yo, quizá en ninguna.
Desde el día 14 de marzo toda España está
sumergida en un “estado de alarma” continuo, ¿la razón? la destrucción, el
caos, el desasosiego e incertidumbre nos recoge en nuestros hogares por temor a
un “ser microscópico” de la familia coronavirus.
Un simple virus
de cadena ARNmc (+), de nuevo, muestra nuestra gran fragilidad en este mundo. Este
planeta no es solo nuestro, como ya se decía en la antigüedad “conócete a ti mismo”, implicando esto tener
consciencia del lugar en el que habitas.
¿CÓMO NOS VEMOS?
Brisa azul,
calidez sonora que llena atardeceres vacíos bañados por el rocío y el frío de
un quizá volver a vislumbrar el brillo de la libertad. Todo cambió e hizo poner
boca abajo y sin respiración a muchas generaciones que creían ser dueñas por
completo del planeta azul.
Así se
hallaban playas, vías, trenes, autovías, ciudades, parques y montañas, sin eco alguno
de su respiración. Los seres más pequeños y no tanto volvieron a ser dueños de
lo que antes fue suyo, los humanos por fin se habían acobardado, guardaron su
vanidad y yacían prisioneros en sus cárceles de hormigón.
Desde sus
fuertes, observaban como falsos buitres todo lo que creían suyo. Nada más lejos
de la realidad, los seres microscópicos les ganaban en número y fuerza, de
hecho, millones de criaturas andaban en su interior desde hace mucho, haciendo
y deshaciendo, controlándoles sin que ellos percibieran nada.
Los humanos
intentaban hacerse de notar a primeras horas de la noche, era su única forma de
sentir ser acogidos a los oscuros ojos de la luna.
Pronto la
verdad volvió a relucir, la humanidad siempre actúa de forma anormal poniéndose
trabas los unos a los otros, convirtiendo un gesto amable en uno interesado. Solo
discutían poniendo en evidencia que no era necesario poseer mil lenguas si no existe
cohesión, entendimiento y un objetivo común, en este caso, preservar la cordura
y la salud.
De hecho, algunos
perdieron la cabeza, obcecados en negar lo irrefutable, que era que estaban
bien jodidos. Otros intentaban amenizar tratando la situación desde la
inocencia del humor.
Mientras tanto, se ocultaban tras sus pantallas y redes, armados de plástico, amarrados a un pasado sin retorno, a falsas esperanzas y sobretodo con miedo a creer real lo que ya era: su vida iba a cambiar.
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