Es uno de esos libros que requieren de reflexión posterior para encontrar palabras a todos aquellos sentimientos que han despertado y han calado en lo más profundo de ti.
Estos últimos años, han sido los más
inestables de mi vida, en especial este año, porque ha sido en este, cuando he
logrado saber lo que no quiero en mi vida, y lo que supone un problema en esta,
qué es lo que me impide avanzar o averiguar lo que realmente sí quiero. Como
todo en mi vida, este libro me ha llegado en el momento preciso, porque creo
identificarme con el protagonista, con el paisaje en pura soledad, con los
cantos ahogados de los chorlitejos dorados escondidos en lo más profundo del
bosque, con la pérdida año tras año de las aves migratorias que revelan lo que
nadie es capaz de decir: uno no es más libre por tener alas puesto que siempre
existe la necesidad de volver al hogar, de enfrentarte a tu pasado, a tu yo
anterior, a tu enemigo conocido…
Personas como yo se ven ampliamente
reflejadas en este último pensamiento, no estamos más cómodos en nuestra ciudad
natal debido a que por azar o mala fortuna solo hemos podido encontrarnos fuera
de ella. Nos hemos desarrollado alejados de nuestra área de confort o más bien
hemos creado por fin una, un área solitaria donde sentirnos cómodos, dejando atrás
los recuerdos.
Y al hilo de lo expuesto
anteriormente se plantea siempre esta pregunta como conductora de la trama: ¿es
el amor que se tiene a la familia algo que puede cegar? ¿el estar ciego te hace
guiarte más por los sentimientos que por tus principios, o es acaso estos los
que no existen?
La justicia que simboliza el imperio
de la ley y sujeta la balanza y la espada de la justicia y el castigo, lleva
los ojos vendados, igual que cupido. Suele interpretarse como que todos somos
iguales ante la ley, que la justicia no toma partido, no tiene en cuenta la familia
y el amor, solo la ley. Pero con la venda en los ojos no puedes ver ni la balanza
ni dónde golpea tu espada. El ciego y el sabio solo ven lo que aman, lo de
fuera no tiene ninguna importancia.
Es esta doble dualidad la que nos
lleva a plantearnos que, lo que creemos justo cuando actuamos en nombre de
nuestra manada, de nuestra familia, es solo un impulso que no se guía por
nuestra moralidad, sino por puros sentimientos, muy alejados de lo que realmente
pueda llegar a verse como justo.
Esa moral, la buscamos siempre como
estrategia más cómoda para sobrevivir, la que se ajusta más o menos a las
reglas del juego de la sociedad (lo pueda estar aceptado socialmente). Aunque
muy en el fondo, nuestra única meta es la pura supervivencia y la perpetuación
de nuestros genes por lo que trasgredimos esa moral para ponerla al servicio de
nuestros intereses solo por ser fieles a nuestro grupo.
En ocasiones, nos respaldamos en esa
moral solo para protegernos (a nosotros y los nuestros) o engañarnos creyendo
que eso que hacemos es lo correcto, que aquello que decimos ser es lo que
queremos nosotros, aunque esas actitudes a veces siquiera morales, que tomamos respaldando
a los nuestros, interrumpen incluso nuestra propia libertad, nuestro desarrollo
personal. Pero la meta es que la convivencia no se derrumbe porque si no el que
acabas lleno de mierda eres tú, y quizá peor que antes. Pura supervivencia, auténtica
contradicción en la que siendo la meta el ser egoístas requerimos del resto,
siempre. A tal punto se llega que, ¿solo podemos amar lo que aman otros? ¿somos
incapaces de tener deseos propios realmente solos? ¿o solo creemos querer algo que
otros tantos desean por puro auto convencimiento? ¿siempre requerimos de
alguien?
Y en eso se adentra el libro, no solo
nos recuerda que asumimos roles definidos y aceptados socialmente (aunque los
moldeamos para sobrevivir auntoengañándonos) sino que para conseguir algo que
crees amar dependes o has dependido de alguien al que odias. Y especialmente,
es horrible reconocer el problema cuando está en tu propio grupo porque es ahí
cuando el dolor aplaca la vergüenza tan grande que supone el reconocer ser
completamente impotente. Impotente, porque a veces, la única solución es hacer(te)
desaparecer.
Todo ello, hasta que no termina se
manifiesta mucho más cuando uno retrocede sobre sus propias pisadas, viendo que
finalmente te has perdido al chocar con lo que siempre ha sido tu problema. Para
resolverlo, a veces solo necesitas recordar que nada es lo suficientemente
importante, pero uno tiene miedo porque siempre queda algo que perder.
Ruth L.Pinar
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